HISTORIAS CONTADAS CON DOS DEDOS - JUAN CARLOS BATALLER

Juan Carlos Bataller 154 con la información que allí se manejaba. Los enviados hablaban del triunfalismo que existía en la Argentina, mencionaban el hundimiento del hermes, del invencible . Londres negaba todo. Los periodistas eu- ropeos daban la razón a Londres basándose en un hecho real: la tre- menda diferencia de poderío entre las fuerzas en pugna. Es así como a poco de comenzada la guerra, todos hablaban de una ope- ración suicidio. “Uno de los protagonistas es un país subdesarrollado, que depende del exterior en materia bélica; el otro es una de las poten- cias militares del mundo, cuenta con el apoyo logístico de los Estados Unidos y de la OTAN, goza del respaldo económico del mundo occi- dental, puede reponer cuantos barcos y aviones desee e, incluso, si se encuentra perdido pese a todas esas ventajas, puede llegar a usar su ar- mamento nuclear o atacar puntos del territorio argentino, lo que tendría una fuerza como presión psicológica sobre la población difícilmente asi- milable. La guerra la perdió Argentina cuando se disparó el primer tiro. Ahora sólo queda esperar que esto termine pronto”. Planteadas así las cosas, el resultado era inevitable. ● ● ● Un día terminó la guerra. Y el país debió asumir no sólo el trauma que significa la guerra militarmente perdida sino también el agudizarse de la crisis económica, la crisis generalizada de descreimiento en la pobla- ción y el deterioro internacional en el mundo occidental de nuestra ima- gen como país. El mundo industrializado ya estaba sacando conclusiones de esta gue- rra. Se había hecho una autocrítica profunda, trataba de recomponer sus relaciones con América Latina. En Argentina en cambio, parecía que existieran dos criterios. Uno, que trataba de sepultar lo ocurrido, hacer de cuenta que nada sucedió. Otro, que intenta aclarar las cosas y sacar enseñanzas. ● ● ● Habían pasado cosas muy importantes en muy corto tiempo como para que no las analizáramos. Habíamos pasado de la euforia nacional a la mayor de las decepciones, habíamos visto la maratón itinerante del se- cretario de estado norteamericano, Alexander Haig, las febriles reunio-

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